domingo, 2 de noviembre de 2008

Doña Blanca de Lucía, mártir de la fe

ÍNDICE

Introducción

CAPÍTULO I. De la Segunda República Española a la guerra civil. Situación general de la Iglesia Católica en España

1.1. Antecedentes; el reinado de Alfonso XIII
1.2. La Segunda República; etapas
1.3. Algunos personajes curiosos e incoherentes
1.4. Las relaciones Iglesia-Estado durante la Segunda República
1.5. El Frente Popular y la guerra civil

CAPÍTULO II. Situación de la Iglesia en Palma del Río durante la Segunda República y los primeros días de la guerra civil

2.1. Los sucesos de mayo de 1931
2.2. Año 1936

CAPÍTULO III. Presunta mártir. Doña Blanca de Lucía Ortiz

3.1. Genealogía de doña Blanca. Su familia
3.2. Una de las primeras mujeres farmacéuticas de España
3.3. Perfil político-religioso de Doña Blanca
3.4. ¿Martirio? ¿Asesinato? ¿Víctima de guerra? ¿Venganzas personales?
3.5. Fama de santidad
3.6. Obras de caridad de doña Blanca
3.7. Amistades de doña Blanca
3.8. Carácter y aspecto físico de doña Blanca
3.9. Propiedades y herencia de doña Blanca

IV
. Esquema general de una causa de canonización


V. Bibliografía consultada

VI. Fuentes hemerográficas

VII. Fuentes documentales. Archivos

VIII. Fuentes orales


INTRODUCCIÓN GENERAL



La Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de Palma del Río, ha querido lanzar una pequeña biografía sobre la vida de doña Blanca de Lucía y Ortiz. Lamentablemente, apenas existen datos sobre doña Blanca. La investigación se ha basado, sobre todo, en los testimonios de algunas personas mayores. Los recuerdos de estas personas mayores son vagos; no obstante, se ha intentado reconstruir la vida y muerte de doña Blanca con todo rigor y objetividad. También se ha logrado recopilar alguna información sobre doña Blanca gracias a los periódicos de la época, a algunos documentos obtenidos en el Archivo Municipal de Palma del Río, y a algunos datos que se custodian en el Archivo Parroquial.

Una comisión de Córdoba enviada por don Juan José Asenjo Pelegrina, obispo de Córdoba, ha sido la encargada de recoger algunos testimonios en nuestro pueblo tanto de doña Blanca como de don Juan Navas. Alegatos, por cierto, de ambos bandos (nacionales y republicanos).

Este pequeño libro divulgativo tiene la misión de rescatar del olvido la figura de una mujer de fe que murió victima de la sinrazón y del odio a la religión. Los jóvenes de Palma del Río no saben quién fue doña Blanca. Cuando en unos años mueran las personas, hoy ancianas, que la conocieron, no quedará nadie que hable de ella; por eso, este libro tiene el objetivo de contar su historia a las nuevas generaciones, así como promover su beatificación-canonización, ya que para la mayoría de los feligreses de esta parroquia no hay duda de que fue mártir por ser católica; incluso entre personas no creyentes, o que pertenecen a una ideología política contraria a la Iglesia, existe un cierto respeto a doña Blanca por ser una mujer coherente con su fe y morir perdonando a sus verdugos.

Hemos querido hacer una introducción general sobre la situación de la Iglesia en la II República tanto en España como en Palma del Río. Es importante analizar el contexto histórico nacional y local para comprender mejor algunos sucesos, hoy en día, sin duda, inimaginables.

Este libro intenta reflejar la visión de la Iglesia, es decir, cómo vivió la Iglesia la II República y la guerra civil.

La parroquia desea expresar su agradecimiento a quienes han leído el texto antes de ser publicado, contribuyendo con sus observaciones al rigor histórico de ciertos datos en él contenidos, así como a todos cuanto han aportado información sobre la figura de la presunta mártir doña Blanca de Lucía y Ortiz.

Nuestro agradecimiento especial al catedrático de lengua castellana y literatura don Joaquín de Alba Carmona, quien ha revisado y corregido el presente trabajo.


Capítulo I. De la Segunda República Española a la guerra civil. Situación general de la Iglesia Católica en España


1.1. Antecedentes; el reinado de Alfonso XIII

El año 1917, con las Juntas de Defensa militares del mes de julio y la huelga revolucionaria de agosto, el reinado de Alfonso XIII entró en crisis. España no se había recuperado aún de la Semana Trágica de Barcelona, de 1909, y tanto la Primera Guerra Mundial como la Revolución Rusa nos afectaron, a pesar de nuestra neutralidad, en muchos sentidos. De Rusia llegaron aires antimonárquicos y anticlericales.

La campaña de Marruecos también tuvo graves repercusiones en España. El desorden político incitó a los radicales de izquierdas a incendiar 112 edificios religiosos. El ambiente anticlerical que se respiraba en el mundo obrero era evidente, aunque esa atmósfera irreligiosa no evitó que, en mayo de 1919, Alfonso XIII consagrara solemnemente España al Sagrado Corazón de Jesús. Las relaciones de la Iglesia con la Monarquía eran relativamente buenas, algo mal visto por las izquierdas.

En 1922 se fundó un partido democrático cristiano con el nombre de Partido Social Popular, pero tuvo poca fuerza y duró apenas dos años. El caos político y económico del país dio origen, con la aprobación de Alfonso XIII, a la dictadura del general Miguel Primo de Rivera (1923-1930), período durante el cual la Iglesia trató de acomodarse, ya que necesitaba un respiro después de muchos años de inseguridad. Tengamos en cuenta que los siglos XVIII y XIX no habían sido especialmente boyantes para la Iglesia Católica, sobre todo en España y Francia.

Miguel Primo de Rivera trató de imitar a Benito Mussolini, al cual admiraba profundamente, de modo que implantó en España soluciones e instituciones de carácter fascista, cometiendo uno de los grandes errores de nuestra historia contemporánea.

Benito Mussolini, que en su juventud había sido militante del Partido Socialista Italiano (PSI) e incluso había dirigido la Federación Socialista Provincial, fue expulsado de dicho partido por apoyar la participación de Italia en la Primera Guerra Mundial, en la cual él mismo combatió. Mussolini dio un cambio radical y fundó, el 7 de noviembre de 1921, el Partido Nacional Fascista, opuesto al socialismo y al sistema parlamentario. La Iglesia se benefició de este cambio, ya que Benito Mussolini, en nombre del rey Víctor Manuel III, firmó con el Papa, el 11 de febrero de 1929, el famoso Tratado de Letrán, que supuso la creación de un nuevo Estado, la Ciudad del Vaticano.

Pío XI, aunque no compartía muchas de las ideas y actitudes políticas de Mussolini —sobre todo, en el tema de la guerra y del antisemitismo— se sintió, no obstante, agradecido al dictador por haber puesto fin al conflicto que había enfrentado a la Iglesia y al Reino de Italia desde la Unificación Italiana en 1870, en la que el Papa perdió los Estados Pontificios y, en consecuencia, la soberanía temporal.

Tras la caída de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, en enero de 1930, y el fracaso de los intentos del general Berenguer y el almirante Aznar por normalizar la situación política, Alfonso XIII, consciente de que no contaba con la ayuda del ejército, abandonó el país el día 14 de abril de 1931, al tiempo que se proclamaba el nuevo régimen republicano. En su declaración de despedida, aseguraba el rey que abandonaba el país con el fin de evitar una guerra civil, aunque sin abdicar de sus derechos al trono para sí y para sus descendientes, convencido de que el desamor de su pueblo era pasajero.

1.2. La Segunda República; etapas

En España, la situación de la Iglesia sufrió un cambio dramático con la llegada inesperada, el 14 de abril de 1931, de la Segunda República. Para la mayoría de los estudiosos, la República fue legítima; para otros, en cambio, —una minoría— las elecciones estaban falseadas, ya que se habían convocado para constituir los ayuntamientos y no para cambiar el régimen político de la nación. A dicha circunstancia se unía el hecho de que, si bien las candidaturas republicanas obtuvieron mayoría en Madrid, Barcelona y gran parte de las capitales de provincia, la mayoría de votos y de concejalías en el conjunto del país correspondieron a las candidaturas monárquicas.

Podemos dividir el período republicano en tres etapas: El Bienio Reformador (1931-1933), conocido también como el bienio republicano-socialista; El Bienio Restaurador (1933-1935), de signo conservador; y El Frente Popular/guerra civil (1936-1939).

El 11 de mayo de 1931 se produjeron numerosos incendios de conventos e iglesias por anticlericales radicales. Las autoridades civiles no frenaron estos actos vandálicos, lo que originó un enfriamiento vertiginoso en las relaciones Iglesia-Estado. Manuel Azaña, que desempeñaba la cartera ministerial de la Guerra en el Gobierno Provisional, manifestó que todas las iglesias y conventos de España no valían la vida de un republicano.

Durante El Bienio Reformador, se produjeron varias reformas: las reformas militar, agraria, educativa, laboral, así como la posibilidad de establecer estatutos de autonomía para algunas regiones.

El Bienio Restaurador se inició con el triunfo electoral de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), liderada por José María Gil Robles, seguida por el Partido Radical, liderado por Alejandro Lerroux, natural de la localidad cordobesa de La Rambla. El Presidente del Consejo de Ministros no fue, sin embargo, Gil Robles, sino Lerroux, ya que, por exigencias de los partidos de izquierda, no se respetó la victoria legítima de los conservadores, a los que acusaban de querer romper con la etapa anterior. Esta anómala situación dio origen a la Revolución de Octubre de 1934, cuando tres miembros de la CEDA entraron a formar parte del gobierno.

Durante la tercera y última etapa de la República, se produjo la coalición de los partidos de izquierda: Izquierda Republicana, de Manuel Azaña, Unión Republicana, PSOE-UGT, Juventudes Socialistas, Partido Comunista, Partido Sindicalista y POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). A esta unión se le dio el nombre de Frente Popular.

1.3. La Segunda República; algunos personajes curiosos e incoherentes


Niceto Alcalá Zamora, natural de Priego de Córdoba, Presidente del primer Gobierno Provisional y primer Presidente de la Segunda República —entre diciembre de 1931 y mayo de 1936—, era un católico convencido y no estaba dispuesto a aceptar las propuestas de los radical-socialistas sobre la cuestión religiosa, que consistían no sólo en la inexistencia de una religión oficial del Estado —lo cual no hubiera sido un gran problema—, sino en la prohibición de toda financiación estatal a la Iglesia, la disolución de las órdenes religiosas y la nacionalización de sus bienes.

Niceto Alcalá Zamora se sentía republicano y católico pero, para la izquierda radical, este doble sentimiento era algo incompatible y debía escoger entre su credo político y su credo religioso.

El general Gonzalo Queipo de Llano y Sierra, jefe de la Guardia Presidencial de Niceto Alcalá Zamora, fue uno de los protagonistas de la sublevación militar que dio origen a la guerra civil. Estuvo contra la Dictadura de Primo de Rivera y esto le costó el destierro. Regresó cuando se proclamó la República. No se explica cómo Queipo de Llano, un republicano convencido, que fue nombrado general de División y Jefe de la Casa Militar del Presidente de la República, cambió tan radicalmente de ideología. Cabe pensar que la República lo decepcionó, pues lo cierto es que participó en el alzamiento militar de julio de 1936.

Azaña, que se había educado con los padres agustinos en El Escorial, decía que España había dejado de ser católica (discurso del 13 de octubre de 1931). Aunque cometió un error grave. España había dejado de ser clerical, pero no católica. Según él, la religión era algo propio de la conciencia personal y no podía exceder sus límites. Disolver las órdenes religiosas no tendría sentido alguno siempre que no entrañasen un peligro para la autoridad del Estado. Peligro que sí conllevaría, en su opinión, la existencia de aquellas órdenes que tuvieran un cuarto voto de obediencia a una autoridad distinta del Estado, como ocurría con los jesuitas, que obedecían al Papa.

Para estas órdenes, Azaña defendía su automática disolución. Con la condena de los jesuitas, que eran fieles al Vaticano, logró atraerse a la izquierda radical, pero no convenció a Niceto Alcalá Zamora, quien dimitió por sus ideas religiosas como Presidente del Consejo, aunque no fue totalmente coherente con su fe, ya que dimitió después de firmar la expulsión de los jesuitas. Miguel Maura también dimitió como ministro de Gobernación. El 14 de octubre, Azaña se convirtió en Presidente del Consejo de Ministros. El 15 de octubre de 1931, dimitieron 37 diputados católicos. La Compañía de Jesús fue disuelta y confiscados sus bienes (1932), y se multiplicaron los signos de intolerancia religiosa.

Había personajes de gran influencia en la población que fueron muy perjudiciales para la Iglesia, como Victoria Kent, política y jurista que defendió ante el Tribunal Supremo de Guerra a los políticos republicanos y socialistas encausados tras el fracaso de la Sublevación de Jaca. Fue directora general de prisiones (1931-34) y gran defensora de los derechos de las mujeres, aunque se opuso al sufragio universal femenino arguyendo que las españolas estaban muy influenciadas por la Iglesia Católica y, por tanto, eran conservadoras; prefería, pues, renunciar al voto femenino antes de que las españolas votaran a partidos tradicionales. A pesar de ello, la Segunda República decidió otorgar a las mujeres la posibilidad de poder votar. Victoria Kent perteneció al partido radical-socialista liderado por Marcelino Domingo.

Dolores Ibarruri, La Pasionaria, también fue muy dañina para la Iglesia. Fue diputada por la provincia de Oviedo. Era la voz más influyente en el Partido Comunista; aunque —paradojas de la vida— tiempo atrás había sido una católica fervorosa, devota de la Virgen de Begoña. Pero las tragedias personales, (murió su marido y tres de sus hijas) influyeron para que perdiera la fe. Fue una gran oradora. En opinión de Indalecio Prieto, socialista moderado, esta mujer representaba la idea de sexo femenino revolucionario. No está claro cómo fue su muerte; muchos afirman que se arrepintió y se confesó con un jesuita, regresando a sus orígenes católicos.

1.4. Las relaciones Iglesia-Estado durante la Segunda República


El Papa Pío XI dirigió a los españoles, el 3 de junio de 1933, la encíclica Dilectissima Nobis, en la que afirmaba que la Iglesia no podía respaldar algunas leyes injustas de la República que atacaban la libertad religiosa. El Papa se refería fundamentalmente a la ley sobre las organizaciones y congregaciones religiosas de 1932, consideraba una injusticia grave que los religiosos no pudieran dedicarse a la enseñanza y animaba a los católicos a que no se conformaran con esta ley. Era tal la tensión entre la Iglesia y el Estado que se suspendieron los Concordatos con la Santa Sede. Todo esto demuestra que la República no era tan democrática, dialogante, tolerante y abierta como a veces se nos ha intentado hacer creer.

La Constitución de la República afectaba a la Iglesia, fundamentalmente, en dos artículos:

Art. 26.


“…Todas las confesiones religiosas serán consideradas como Asociaciones sometidas a una ley especial.

El Estado, las regiones, las provincias y los municipios, no mantendrán, favorecerán, ni auxiliarán económicamente a las Iglesias, Asociaciones e Instituciones religiosas.Una ley especial regulará la total extinción, en un plazo máximo de dos años, del presupuesto del clero.

Quedan disueltas aquellas órdenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a la autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes.Las demás órdenes religiosas se someterán a una ley especial votada por estas Cortes Constituyentes y ajustadas a las siguientes bases:

1º Disolución de las que, por sus actividades, constituyen un peligro para la seguridad del Estado.

2º La Inscripción de las que deban subsistir, en un registro especial dependiente del Ministerio de Justicia.
3º Incapacidad de adquirir y conservar, por sí o por persona interpuesta más bienes que los que previa justificación, se destinen a su vivienda o al cumplimiento directo de sus fines privativos.
4º Prohibición de ejercer la industria, el comercio o la enseñanza.
5º Sumisión a todas las leyes tributarias del país.
6º Obligación de rendir anualmente cuentas al Estado de la inversión de sus bienes en relación con los fines de la Asociación. Los bienes de las Órdenes religiosas podrán ser nacionalizados…”

Art. 27.


“…Los cementerios estarán sometidos exclusivamente a la jurisdicción civil. No podrá haber en ellos separación de recintos por motivos religiosos. Las manifestaciones públicas del culto habrán de ser, en cada caso, autorizadas por el Gobierno…”


El Vaticano no imitó el ejemplo de la gran mayoría de los gobiernos del mundo, que reconocieron rápidamente a la Segunda República. Los obispos aconsejaron la obediencia a las autoridades establecidas, aunque la Iglesia recordaba con frecuencia que se trataba de un Gobierno Provisional, dando a entender que el Rey se había ausentado de España pero no había abdicado.

Muchos católicos se mostraron favorables al nuevo partido político de la Falange Española, fundado el 29 de octubre de 1933 por José Antonio Primo de Rivera, por el aviador Julio Ruiz de Alda y por Alfonso García Valdecasas, catedrático de Derecho y discípulo de Ortega y Gasset. Este nuevo partido era conservador y antimarxista. La Falange defendía el catolicismo como un bien supremo. Es lógico que obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y cristianos en general, se sintieran cómodos con esta ideología.

Otro partido cercano a la Iglesia era la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), también fundado a finales de 1932 por José María Gil Robles, un activo e inteligente catedrático de Salamanca que ya militaba en las filas de Acción Popular. La CEDA no tenía un programa económico coherente, al querer representar tanto a los grandes terratenientes como a los pequeños agricultores. Pero la clase media católica, en su gran mayoría apolítica, se volcó en un partido que defendía la religión y, sobre todo, la propiedad privada.

El Gobierno de la CEDA devolvió a los jesuitas muchas de sus propiedades confiscadas y pagó una indemnización adicional a la Compañía de Jesús.

Los católicos vascos, sin embargo, quedaron pronto desilusionados con la CEDA, al comprender que ni Lerroux ni Gil Robles apoyarían el Estatuto Vasco.

El 16 de diciembre de 1933, Alejandro Lerroux, una de las figuras fundamentales de la Segunda República, accedió a la Jefatura del Consejo de Ministros, sustituyendo en dicho cargo a Manuel Azaña. Alejandro Lerroux impulsó una política conservadora contraria a las reformas de Azaña y más cercana a la Iglesia, lo cual disgustó mucho al PSOE y a los republicanos próximos a Azaña. Era bastante intransigente con el nacionalismo catalán. La crisis se agudizó cuando Lerroux, en su tercer y último gobierno, nombró legítimamente a tres ministros de la CEDA, lo cual no se encajó democráticamente y dio origen a la Revolución de Octubre de 1934. La Revolución de Octubre, cuyos núcleos principales fueron Cataluña y Asturias, fue ilegítima. Los radicales de izquierdas perdieron su autoridad moral al no aceptar la derrota electoral en noviembre de 1933.

Realmente, en la Revolución de Octubre se incubó la guerra civil. Sin embargo, lo que verdaderamente echó del Gobierno a Lerroux no fue dicho conato revolucionario, con su secuela de víctimas y los miles de encarcelamientos que le siguieron, sino el escándalo del estraperlo, en septiembre de 1935, en el que se hallaba implicado un sobrino de Lerroux.

Los medios de comunicación social afines a la República comenzaron a lanzar calumnias sobre los miembros de la Iglesia. Lo lamentable es que mucha gente sencilla era manipulada y se creían tales mentiras. Se afirmaba que los conventos de religiosos y las torres de las iglesias encerraban armas que los curas utilizaban contra los obreros. Calumnias que no eran nuevas, ya que durante la Primera República se llegaron a difundir patrañas tales como que las monjas habían envenenado caramelos para dárselos a los hijos de los obreros y que los frailes habían contaminado el agua.

Los partidarios de la República consideraban a la Iglesia un estorbo para el progreso del país. También existía un rechazo intelectual hacia la Iglesia, heredado de la Ilustración. Es decir, tanto en el mundo obrero como en el mundo intelectual, la Iglesia era considerada como un peso muerto. Unos la repudiaban porque, según ellos, era profundamente monárquica, amiga de caciques, explotadores, privilegios y había traicionado a los pobres utilizando la religión para controlar con el miedo a la condenación eterna a la gente sencilla. Otros estimaban que era un obstáculo para la ciencia y la técnica. Para desmontar este pensamiento basta con leer las Encíclicas del Papa León XIII. Este Pontífice, en 1890, favoreció la creación de sindicatos católicos, de sociedades de seguros mutuos y de cooperativas de crédito rural.

Era tal el clima de animadversión hacia los católicos que, en los lugares donde había procesiones, los jóvenes socialistas amenazaban con echar al río las imágenes y a todos aquéllos que las llevaran en hombros. En Andalucía, un sacerdote había sido multado por un magistrado socialista por decir misa en su iglesia con el tejado destruido por un rayo; se le había acusado de hacer una exhibición pública de la religión. Otro sacerdote fue multado por monárquico, al haber aludido al Reino de Dios el día de la fiesta de Cristo Rey.

Hubo pueblos en los que no se permitía tocar las campanas de las iglesias; no estaba bien visto llevar un crucifijo o una medalla en el cuello y, en muchos lugares, desaparecieron de las calles nombres de santos o eclesiásticos famosos, por citar algunos ejemplos.

También existía la convicción errónea de que la Iglesia poseía grandes riquezas. Algunos afirmaban que un tercio de las riquezas del país estaba en manos de esta Institución; en realidad, la Iglesia apenas conservaba patrimonio a raíz de las desamortizaciones que llevaron a cabo Juan Álvarez Mendizábal, Baldomero Fernández Espartero (1834-35) y Pascual Madoz (1855).

Se argumentó para estas expropiaciones que las tierras estaban en manos muertas y no producían, y que se entregarían a los agricultores para que levantaran el país. Se comprobó enseguida que las tierras las vendió el Estado en parcelas tan grandes que sólo la gente adinerada tenía acceso a ellas. Las tierras que la Iglesia poseía (en su mayoría fruto de donaciones lícitas) cayeron en manos de una oligarquía avarienta que, en general, pasaron a explotarlas con criterios de lucro, propios del liberalismo de la época, prescindiendo de su sentido social.

Tras las desamortizaciones, el Estado se comprometió a la manutención del clero; la Iglesia ya no se autofinanciaba. Promesa que, con la llegada de la Primera República, se rompió al denegar a la Iglesia toda ayuda material. La Segunda República, todavía más terrible para la Iglesia que la Primera, tampoco estaba dispuesta a respetar la deuda histórica.

Según escriben Juan Antonio Zamora Caro y Joaquín de Alba Carmona en su libro La Segunda República en Palma del Río, la Iglesia había sido, antes de la desamortización, la más importante entidad asistencial del país. Más de 2.300 asilos, 2.200 hospitales, 106 orfanatos y 67 hospicios para niños abandonados que eran sustentados directamente por la Iglesia sufrieron las consecuencias de la desamortización, pues la pérdida de buena parte de sus ingresos obligó a la Iglesia a abandonar o reducir, según los casos, su acción asistencial.

La Segunda República mentía cuando decía que la Iglesia poseía muchas riquezas, ya que, desde las desamortizaciones, el clero apenas tenía lo suficiente para vivir dignamente.

1.5. El Frente Popular y la guerra civil

Muchos historiadores coinciden en señalar que El Frente Popular —la coalición de todos los partidos de izquierdas— fue lo que realmente condujo al fracaso de la Segunda República.

Con la victoria del Frente Popular, se cerraron los colegios católicos. Gil Robles presentó un resumen estadístico de los desórdenes ocurridos: 170 iglesias destruidas por incendios y 251 intentos fallidos de quema.

El Frente Popular entendió que la Iglesia estaba detrás de la rebelión del ejército y reaccionó con un sadismo que nadie hubiera podido sospechar. La mayoría de los historiadores serios han llegado a la conclusión de que la Iglesia no participó en el alzamiento militar. De hecho, en la famosa Pastoral de los Obispos redactada el 1 de julio de 1937 y publicada en la prensa nacional el 10 del mes siguiente se dice:

“…La Iglesia no ha querido esta Guerra ni la buscó, y no creemos necesario vindicarla de la nota de beligerante con que en periódicos extranjeros se ha censurado a la Iglesia en España. Cierto que miles de hijos suyos, obedeciendo a los dictados de su conciencia y de su patriotismo, y bajo su responsabilidad personal, se alzaron en armas para salvar los principios de religión y justicia cristianas que secularmente habían informado la vida de la nación; pero quien la acuse de haber provocado esta guerra, o de haber conspirado para ella, y aun de no haber hecho cuanto en su mano estuvo para evitarla, desconoce o falsea la realidad” (Extracto de la carta colectiva redactada por el Episcopado).

No obstante, en esta misma carta colectiva se afirma que es normal que la Iglesia, teniendo en cuenta su doctrina, su espíritu, el sentido de conservación, y la experiencia de Rusia, no fuera indiferente en la lucha. Reconoce que el levantamiento cívico-militar ha tenido de fondo un sentido religioso. Hubo varios prelados que no quisieron firmar la carta. El Vaticano fue bastante más cauto y neutral.

La Segunda República y la guerra civil supusieron para la Iglesia la mayor persecución de toda la historia. Hubo más mártires en este período de nuestra historia que durante todas las persecuciones de los emperadores romanos, más incluso que durante el dominio de nuestra península por los musulmanes.

Se estima que las muertes por represión alcanzaron a 6.832 religiosos de ambos sexos a lo largo de la contienda, con altos porcentajes en zonas como Lérida, Tortosa, Barbastro y Toledo. Se trataba de personas que no iban armadas, incluso algunos de ellos murieron bendiciendo a sus captores o lanzando vivas a Cristo Rey. Muchos eclesiásticos fueron ejecutados con la excusa de que eran partidarios de los poderosos, pero lo cierto es que sufrieron torturas decenas de religiosos y sacerdotes dedicados a los más pobres.

En Cataluña, el clero fue exterminado por influencia de la Unión General de Trabajadores (UGT), nacida en Barcelona en 1888 en íntima relación con el socialismo marxista, cuyo principio básico era la lucha de clases.

El clero y muchos católicos fueron humillados y fusilados sin ningún tipo de juicio, algo que ya ocurría antes de que la Iglesia apoyara supuestamente el golpe de Estado. El católico era relacionado, sin más, con el bando nacional y el ateo con el bando republicano. Para el Frente Popular, el enemigo era el fascismo vaticanista inquisitorial, mientras que la derecha se identificó espontáneamente con la Iglesia y los valores religiosos tradicionales. Esto fue un gran error, porque la mayor parte de la gente corriente no entendía de política, y sin embargo tenían su fe; además, según la zona en la que vivían, tenían que sumarse a un bando o a otro, aunque no correspondiera a su visión política o religiosa. Hubo hermanos y amigos que combatieron en bandos distintos porque estaban viviendo en ciudades o pueblos diferentes; unos ocupados por los republicanos, otros por los nacionales. Muchos no sabían ni entendían la causa de la guerra; los habían implicado a la fuerza.

No olvidemos la excepción del País Vasco. En esta zona de España, los católicos estaban a favor de la República. De hecho, el PNV (Partido Nacionalista Vasco), creado en 1895 por Sabino Arana, era de ideología nacionalista estrechamente vinculada a la democracia cristiana. A la muerte de Arana, el PNV se hizo más moderado, pero sus primeros componentes defendían el integrismo católico, el rechazo al Estado liberal, la exaltación de la etnia vasca y la creación de un Estado Vasco independiente. A raíz de la Segunda República, el PNV encabezó el movimiento a favor de la autonomía.

Las consideraciones que tuvo Franco con el clero en el resto de España no las tuvo con los miembros del clero vasco que se manifestaron republicanos, a los que mandó fusilar, lo cual demuestra que Franco era más político que religioso y no tenía temor de Dios; de lo contrario, no hubiera ordenado asesinar a aquellos curas vascos por el mero hecho de ser favorables a la República. El Papa recriminó a Franco la matanza de varios sacerdotes vascos y la expulsión del obispo de Vitoria.

En las zonas dominadas por el Frente Popular, se prohibieron los matrimonios canónicos, los bautizos, los funerales religiosos, las procesiones. Se fusilaron y quemaron imágenes religiosas, cuadros y retablos de gran valor, se incineraron libros y archivos parroquiales, se profanaron sagrarios, se robaron ornamentos religiosos de oro y plata para venderlos o para quedárselos como adornos de sus casas. Se profanaron y saquearon sepulturas en las Iglesias y conventos. No se podía llevar el viático a los moribundos y la eucaristía se tenía que celebrar en las casas a escondidas. Pero lo peor de todo fueron los asesinatos a sangre fría y el exterminio de religiosas, religiosos, sacerdotes, seglares, la mayoría de ellos con acusaciones falsas; otros ni siquiera se molestaban en acusarlos; directamente, los echaban a los pozos y a los ríos por ser personas consagradas.

Algunos pudieron salvar la vida vistiéndose de seglares y huyendo de los conventos y parroquias. Sólo en la provincia cordobesa, sin tener en cuenta a los católicos que murieron únicamente por serlo, se asesinó a 82 sacerdotes diocesanos, 18 religiosos, 1 subdiácono, 1 minorista y 3 seminaristas.

El pánico creció también entre los obispos, ya que no estuvieron exentos de la persecución; como el obispo de Córdoba, don Adolfo Pérez Muñoz, que se encontraba en Soto de Campóo (Santander), donde, después de horribles ultrajes y vituperios por las cuadrillas marxistas, que le arrancaron el anillo y el pectoral y saquearon la casa en que vivía, logró huir aprovechando la noche a través de los montes hasta Palencia. Fue recibido y escondido por el obispo de aquella diócesis, don Manuel González García, popularmente conocido como el “obispo de los sagrarios”. Este obispo había huido de Málaga a Gibraltar al ser quemado el Palacio Episcopal y de allí fue trasladado a Palencia, que era una zona más tranquila para la Iglesia.

El Papa Pío XI, ante los acontecimientos, no sólo de España, sino de Rusia y Méjico, define el comunismo como intrínsecamente perverso. Rechaza la visión materialista del hombre, la absolutización de la lucha de clases y el totalitarismo de los regímenes comunistas. Concluye afirmando la oposición entre el cristianismo y el marxismo. Pío XI también condenó el nazismo de forma explícita en la encíclica Mit brennender Sorge (Con viva ansia).

La Iglesia, en Francia, intentó mediar, ya que no veía bien la actitud del clero español que se había definido políticamente a favor de Franco. En concreto, el arzobispo de París fue muy crítico con la posición de la Iglesia española. Esta última respondió que, si a la Iglesia francesa le hubiera tocado vivir la persecución, posiblemente también ellos se hubieran posicionado a favor de quienes les permitían vivir.

Pasados los primeros meses de la guerra, la República comenzó a tener miedo al mundo católico, a causa de su gran influencia internacional y con más fuerza de la que esperaban. En 1938 se reducen considerablemente los atentados contra el clero y se intenta recuperar las relaciones con el Vaticano. El Vaticano, como no sabía quién iba a ganar la guerra, no era contrario a mantener con ambos bandos relaciones diplomáticas, aunque estas relaciones eran siempre más fluidas con los nacionales. La República intentó desesperadamente reconciliarse con la Iglesia y, poco a poco, se fue permitiendo, en algunos casos, la celebración pública de la eucaristía. El Vaticano tenía un dilema importante: si ganaba la República, la supervivencia de la Iglesia en España no estaba asegurada, mientras que, si ganaban los nacionales, su supervivencia estaba asegurada, pero no su independencia. ¿Qué hacer?
El 23 de octubre de 1938 puede leerse en el diario catalán La Vanguardia:

“La República y su Gobierno han evidenciado su tolerancia y respeto para con todas las religiones. Un documento más que añadir a los que desmienten las absurdas fantasías propagadas por los facciosos sobre las persecuciones religiosas en la zona leal.”

Pero los esfuerzos reconciliadores del Ejecutivo de Negrín son ya inútiles: el 14 de noviembre de 1938 se da por finalizada la Batalla del Ebro, con lo que al ejército republicano no le queda ninguna posibilidad de ganar la guerra civil. Y, sin embargo, todavía hay un último empeño, por parte del Gobierno de Barcelona, por abrir las iglesias en Cataluña antes de que lleguen las tropas de Franco. Saben muy bien los republicanos, paradojas de la vida, que la Iglesia puede interceder por ellos.

Terminada la contienda, la Iglesia sobrevivió, pero tal como se temía, entró en un período oscuro de manipulación por parte de Franco, que decide qué documentos pontificios deben llegar a los obispos y cuáles no; y, lo que es peor, interviene en la elección de los mismos, consiguiendo en poco tiempo una Iglesia politizada y no libre. Comienza una etapa triste para la Iglesia; algunos religiosos que sobrevivieron a las checas estaban muy resentidos y les costó mucho perdonar y olvidar el mal que les hicieron; de perseguidos, pasaron a ser perseguidores y acusadores de los que ellos llamaban en sentido despectivo los rojos. Aunque afortunadamente estos religiosos justicieros fueron una excepción en el seno de la Iglesia, siempre dispuesta a la reconciliación y al perdón. Prueba de ello es que, a pesar de lo mal que trató la Segunda República a la Iglesiala Iglesia colaboró a salvar muchas vidas del bando republicano durante la guerra civil. Así lo refleja en sus dos recientes libros sobre la actitud de la Iglesia ante el conflicto. Ambas obras (Caídos, víctimas y mártires, editado por Espasa-Calpe, y Pío XI entre la República y Franco editado por la BAC) son el resultado de una larga investigación en el Archivo Secreto Vaticano, y aportan documentos inéditos que, según el autor, desmienten muchos tópicos y mitos de la más dramática década de la Historia de España en el siglo XX. Católica, según el sacerdote e historiador valenciano Vicente Cárdel Ortí, Los obispos intercedieron ante Franco por miles de republicanos condenados a muerte, como por ejemplo, monseñor Olaechea, arzobispo de Valencia, que intervino a favor de miles de encarcelados en el Fuerte de San Cristóbal (Navarra). Lo que hizo Olaechea no es un caso aislado, aunque sí el más destacado, porque salvó la vida de 2.000 republicanos sentenciados a muerte. Tanto antes, como durante, como después de la guerra, los obispos españoles buscaban dos cosas: la reconciliación y la paz.

La victoria de Franco supuso para la Iglesia la recuperación de la ayuda material que la República le había retirado; se les devolvieron a los religiosos las licencias para la docencia y España se convirtió en un Estado confesional, anulándose la Ley del Divorcio en diciembre de 1939.

Comenzó una política de ahorro, ya que durante la República el déficit presupuestario en 1934 llegó a 595 millones de pesetas. A pesar de ello, se comenzaron a restaurar las iglesias con ayudas oficiales, aunque gran parte del patrimonio religioso había desaparecido para siempre.
Si hacemos un resumen, podemos decir que se perdieron:

• Barbastro: varias tablas parroquiales del siglo XII, tapices e imágenes de valor incalculable
• Almería: desaparece un Cristo de Alonso Cano
• Sarriá: 100.000 volúmenes de la biblioteca de los franciscanos
• Barcelona: 90.000 ejemplares de los mercedarios y 40.000 de los capuchinos
• Madrid: los frescos pintados por Goya para la catedral (hoy iglesia colegiata) de San Isidro
• Cuenca: 10.000 volúmenes, entre ellos el Catecismo de Indias
• Burgos: retablos del siglo VIII y la escultura de la Virgen de Altamira

Se bombardeó la Basílica del Pilar en Zaragoza (afortunadamente ninguna de las cuatro bombas que se lanzaron hicieron explosión) y se demolió el Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, en Madrid.

También se perdieron obras de El Greco y documentos del siglo IX. Se destruyeron más de 20.000 templos.


CAPÍTULO II. Situación de la Iglesia en Palma del Río durante la Segunda República y los primeros días de la guerra civil

2.1. Los sucesos de mayo de 1931


El día 10 de mayo de 1931, a un mes escaso de la proclamación del régimen republicano, se produjo un enfrentamiento entre miembros del Círculo Monárquico de la madrileña calle de Alcalá y partidarios de la República, enfrentamiento que desembocó en la quema de edificios religiosos durante el siguiente día 11.

Ante la pasividad del gobierno provisional de la República, los disturbios y ataques a la Iglesia se extendieron a buena parte del país. Más de un centenar de edificios religiosos fueron incendiados en diversas provincias, como Sevilla, Córdoba, Cádiz, Valencia, Alicante, Murcia o Huelva.

Palma del Río no se libró, desgraciadamente, de tan injusta reacción, provocada por unos hechos que en nada concernían a la Iglesia.

El día 12 de mayo de 1931, arrojaron a la fuerza del Convento de Santa Clara a las religiosas del mismo nombre, dándose el caso espantoso de que una de dichas religiosas, de unos 42 años, encontrándose gravemente enferma en su paupérrima cama, fue trasladada a empujones a una silla e instalada en el Hospital de San Sebastián, donde murió al siguiente día. Las monjas restantes encontraron asilo entre personas piadosas, y al mes, cuando pensaron que el peligro había pasado, regresaron a su convento.

Una carta del entonces párroco de Nuestra Señora de la Asunción, don Juan Navas, escrita el 14 de mayo de 1931, pone de manifiesto los problemas de las religiosas del Convento de Santa Clara en Palma.

“Mi querido don Miguel:


Tengo el sentimiento de comunicar a V. que en la noche del 12 hubo gran revuelta en esta población, y llegó a mí noticias por uno de los mismos obreros que se disponían a marchar contra el Convento de Santa Clara e incendiarlo si las monjas no lo desalojaban inmediatamente. Ante esta actitud creí oportuno autorizarles la salida que se hizo apresuradamente, aunque gracias a Dios no hubo que lamentar atropellos. Las religiosas se encuentran alojadas en casas de señores particulares donde están muy bien atendidas, y como medida de precaución se han recogido los objetos de más valor que se encuentran a buen recaudo. Entre las religiosas que salieron hubo que trasladar una de ellas al Hospital por encontrarse gravemente enferma y debido a su estado y a las impresiones recibidas falleció al día siguiente por la noche, habiendo recibido sepultura en el cementerio del propio convento de Santa Clara.

Dado el estado actual de cosas no creo conveniente regresen por ahora al convento, pues lo tomarían los provocadores como una especie de reto, aunque todo parece tranquilo.

Por lo demás a la fecha no se ha notado amenaza alguna contra la parroquia, clero y demás comunidades.

Yo he sabido soportar esta prueba a que nos somete el Señor con entereza y espero que obrando con prudencia no sucederá nada grave. Mucho lamento, y conmigo todo el clero de ésta, las amargas horas que nos toca sufrir en los presentes momentos, y de una manera muy especial a nuestro amantísimo Prelado que tanto se ha sacrificado por el bien de sus hijos. Le saluda y confía en sus oraciones su afmo. Juan Navas.”

No sabía don Juan Navas que llegarían tiempos aún peores, sobre todo para él.

2.2. Año 1936


En las elecciones generales de febrero de 1936, vencieron los partidos de izquierda coaligados en el llamado Frente Popular, siguiendo el modelo del Front Populaire formado en Francia. Hay que tener en cuenta que el VII Cogreso de la Internacional Comunista, celebrado en agosto de 1935, había decido establecer la política del frente popular para todos los partidos comunistas del mundo, si bien esta política de unión electoral de las izquierdas no fue adoptada sino en Francia, España y Chile.

El Frente Popular se hizo con el control de Palma del Río. La victoria fue apenas por unos cuantos votos, pero legítima. Las juventudes obreras no necesitaron demasiadas excusas para celebrar su triunfo con importantes destrozos en las calles, en viviendas particulares, y por supuesto, en nombre de la República, arrasaron algunos edificios religiosos de Palma. Asaltaron e incendiaron el círculo de labradores estando varios socios dentro, así como varios molinos de aceite y graneros. Estos altercados ocurrieron los días 19 y 20 de febrero de 1936.

Comentan J.A. Zamora y J. de Alba en su libro sobre La Segunda República en Palma del Río:

“…Por lo que se refiere a los acontecimientos de la noche del día 19 y del postrer día 20, desde el Ayuntamiento se elaboró un informe, redactado en el mes de marzo, con el que se pretendía esclarecer las razones que motivaron los desórdenes. En él, y en relación con los actos vandálicos perpetrados contra propiedades de la Iglesia, se declaraba:

El destrozo habido en las iglesias obedece sin duda al abuso de procesiones y demás manifestaciones religiosas externas de culto, en las que se ha derrochado dinero cuando los obreros no tenían pan que llevar a sus casas…”

Según un documento manuscrito que se conserva en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción:

“Palma del Río padecía el asedio de la masonería desde muchísimos años y por tanto existía una importante logia que tenía por título el divertido nombre de “Luz y Prosperidad”. Desde aquel antro infernal salieron las órdenes de todo lo que aquí ha sucedido. Así el 20 de febrero de 1936 destruyeron las turbas instigadas por sus órdenes, 14 altares (profanando el sagrario) en nuestra Iglesia Parroquial, todas las imágenes que existían, algunas de verdadero mérito artístico y antigüedad, todos los ornamentos fueron quemados y entre ellos se destacaba un terno completo de tisú de oro y una casulla valorada en 4000 pesetas; fue destruido así mismo el órgano, el coro, y 14 libros corales en pergamino con bellísimas miniaturas del siglo XIV, el archivo completísimo desde principios del siglo XV totalmente incendiado (algunos libros del archivo se salvaron porque el párroco don Juan Navas se los llevó a su casa) amén de casi todos los objetos de plata para el culto que fueron robados o desaparecidos.

El Convento de Santo Domingo de mediados del siglo XIV y en el que estaban dedicadas a la enseñanza gratuita las terciarias franciscanas fue asaltado y desaparecidos para siempre las imágenes, los altares y las clases de estudios, de labor y de música que poseía la comunidad, arrojando las turbas a estas, con lo puesto, en medio del arroyo.

El Convento de Santa Clara, fundación de principios del siglo XV fue asaltado y destruido todo, incendiando las turbas los ornamentos y la famosa biblioteca conventual, destacándose entre las imágenes destruidas un San Juan Bautista de Montañés, quedando estas religiosas en la miseria si no es por personas piadosas de la localidad

El convento de San Francisco, del siglo XV, fue asaltado y destruidos todos los altares e imágenes y objetos de culto, incendiando después la hermosa nave central y coro. Así mismo fueron destruidos los altares y objetos de culto de las capillas de Santa Ana y Buen Suceso.”

Según este mismo documento, lo que se salvó de la quema del 19 y 20 de febrero de 1936 fue destruido al comenzar la guerra civil, ya que durante cuarenta días dominaron las “huestes marxistas” (lenguaje de la época). Es decir, a partir del 18 de julio de 1936:

“…destruyeron las turbas la iglesia del hospital de San Sebastián y capilla aneja a la misma y estando el hospital a cargo de las Siervas de Jesús a cuyas religiosas aunque las molestaron de palabra no les hicieron daño porque las necesitan según decían para que les curasen los heridos. Así mismo destruyeron los altares de la capilla de Belén trayéndose las turbas la bendita imagen de Nuestra Señora de Belén patrona de la ciudad bellísima escultura del siglo XVII y quemándola seguidamente en medio de grandes burlas en el centro de la plaza pública. También fue destruido el altar de la capilla de Nuestra Señora de las Angustias y los de la capilla de la Coronada. Quedando sólo la parroquia y la iglesia del Hospital destinadas para el culto, después de alguna reforma, una vez salvados por el glorioso ejército del terror rojo”.

Afortunadamente, algunos de los objetos sagrados fueron recuperados una vez que entraron en Palma las tropas nacionales. Otros se perdieron para siempre. Algunos edificios religiosos quedaron tan derruidos como, por ejemplo, la iglesia de Santa Ana y el Convento de Santa Clara, que el Obispado tuvo que vender, años después, porque no tenía dinero para restaurarlos y amenazaban con desplomarse. En nuestros días la Iglesia ha tenido que renunciar a edificios históricos que fueron dañados en la II República y en la guerra civil los cuales no ha podido rehabilitar por falta de presupuesto, algo de lo que el Estado y muchos Ayuntamientos se han aprovechado, al comprar estos edificios históricos por muy poco dinero, o cambiarlos por obras modernas sin ningún valor artístico. Todavía la Iglesia está sufriendo las secuelas de la II República y de la guerra civil.

Los republicanos también destruyeron el Archivo del Juzgado Municipal de Palma del Río (4 de agosto de 1936). Quemaron el Archivo Notarial, y del Archivo del Ayuntamiento desaparecieron algunos documentos. Se destruyó el Archivo del Cuartel de la Guardia Civil en su totalidad. Robaron el dinero del Ayuntamiento y de los bancos. Una de las ideas, al quemar documentos, era que nadie pudiera demostrar que las tierras o las casas eran de su propiedad.

El Obispo de Córdoba intentó regular la situación angustiosa de las parroquias de la diócesis instando a que todas las parroquias ingresaran en una CAJA COMÚN sus ahorros. Se apelaba a la solidaridad cristiana.

La CAJA, tenía el objetivo de repartir el dinero entre todos, de manera que ningún sacerdote pasara necesidad. El dinero lo administraría una comisión especial de Córdoba (párrocos de S. Nicolás, Salvador y S. Francisco). A cada parroquia se le abriría una cuenta corriente a su nombre para que el párroco retirara el dinero mes a mes.

Todo esto pone de relieve la situación de miseria que estaba viviendo la Iglesia durante la República, al no tener ayudas oficiales.

En Palma del Río y en los pueblo de alrededor fueron varios los miembros de la Guardia Civil asesinados por los radicales de izquierdas. Es comprensible que ante los tumultos muchos de los guardias civiles no salieran de sus cuarteles por miedo.

Las religiosas terciarias franciscanas se fueronen automóvil a Antequera, su casa madre, y las clarisas se instalaron al poco tiempo en distintos conventos de Córdoba y Sevilla. Los republicanos violaron la cripta de las religiosas franciscanas, profanando las sepulturas y destrozando los cadáveres casi momificados.

Durante el dominio de las tropas republicanas en Palma, se prohibió cerrar las puertas de las casas, de manera que podían entrar y salir, de noche o de día, a la hora que quisieran, sin que nadie se enterase, salvo la familia, para arrancar de su hogar a cualquier sospechoso de derechas y fusilarlo directamente, sin juicio previo. El 26 de agosto de 1936, las tropas nacionales rodearon el pueblo, a las que se habían sumado muchos miembros de la Falange Española de Écija. Se puede decir que el dominio de las tropas rojas en Palma duró una “cuaresma”, pero, a pesar de los pocos días en proporción a los tres años que duró la guerra civil, los daños personales y materiales fueron tremendos; por eso no podemos dejar de preguntarnos: ¿qué hubiera ocurrido si los republicanos hubieran dominado durante más tiempo el pueblo de Palma?

En el archivo parroquial hay un balance de las pérdidas escrito a mano, posiblemente en respuesta a la Dirección General de Asuntos Eclesiásticos del Ministerio de Justicia, que pide una estadística de los templos devastados por la horda roja en esta Diócesis. Que, por otro lado, la Junta de Cultura Histórica y del Tesoro Artístico de la Provincia de Córdoba daba facultades a los párrocos para recuperar los objetos saqueados; debiendo enviar a esta Junta relación firmada y sellada de todo, como asimismo remitir al Palacio Episcopal, para en su día ser devueltos, una vez restaurados, los objetos deteriorados. Gracias a estas licencias, muchos objetos, con la ayuda de las autoridades civiles, se recuperaron de casas particulares. Posiblemente, algunos de los objetos que se dejaron en depósito en el Palacio Episcopal para su restauración no fueron devueltos a su lugar de origen.

Lo que no se pudieron recuperar fueron las pérdidas personales, es decir, las vidas humanas; entre las más sentidas, la de doña Blanca de Lucía y la del párroco don Juan Navas y Rodríguez Carretero que, según el Archivo Parroquial, sólo él estaba en esta ciudad al estallar “el glorioso movimiento, persona enamorada de la caridad, de tal manera, que con su dinero (el que ganaba, pues no poseía fortuna) sabía llegar a todos los necesitados siendo queridísimo de estos y al preguntar por qué se le mataba le respondieron textualmente que ellos no mataban a don Juan Navas sino al cura, y don Rafael Rodríguez y Rodríguez, persona piadosa y gran amigo suyo, asegura y da su palabra de decir verdad, que en la tarde del 19 de julio, último día que lo vio, le dijo que él se entregaba en las manos de Dios pues a El le había ofrecido su vida por la salvación de España”. Don Juan Navas estuvo 20 días en la cárcel en la que sufrió humillaciones, hasta que fue asesinado el 16 de agosto de 1936.


CAPÍTULO III. Presunta mártir, doña Blanca de Lucía Ortiz

3.1. Genealogía de doña Blanca de Lucía Ortiz. Su familia


En los archivos de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de Palma del Río, no está claro si María Blanca Presentación Fuensanta Obdulia Josefa Clara Juana Antonia de la Santísima Trinidad de Lucía y Ortiz nació en Córdoba o en Palma del Río, ya que hay testimonios contradictorios en tal sentido. Según su partida de defunción, era natural de Córdoba, y según su partida de bautismo, nació en Palma del Río el 21 de noviembre de 1875 a las dos de la mañana. De lo que no hay duda es de que fue bautizada el 27 de noviembre de 1875 en dicha parroquia. Sus padrinos de bautismo fueron Antonio Ortiz (médico cirujano, casado de segundas nupcias) y María de la Fuensanta Molina (su segunda esposa). Los testigos del bautismo fueron Francisco Ruiz y Manuel Torres (acólitos de la parroquia). María Blanca recibió el sacramento de la Confirmación (libro 5, folio 44, número 1228) el 12 de marzo de 1878. El Ministro fue el famoso filósofo y teólogo Fray Zeferino González y Díaz Tuñón, que llegó a ser cardenal con León XIII.

Sus padres eran don José de Lucía Herrera y doña Rosario Ortiz Carmona. Su padre era también farmacéutico, natural de Santa Cruz de Boedo (Palencia), y su madre de Palma del Río. Sus abuelos paternos eran Felipe de Lucía, natural de Santa Cruz de Boedo (Palencia), y María de la O Herrero, natural de Villameriel (Palencia). Sus abuelos maternos eran José Ortiz Aguilar, natural de Palma del Río, hijo de Juan y Francisca, fallecido el día 1 de enero de 1881 (autorizó el párroco don Francisco Heredia Doblas), y Clara Carmona Díaz, también de Palma del Río, hija de Juan y María Rosario, fallecida el 2 de febrero de 1889 (autorizó el párroco don Rafael Ortiz Sánchez). En los archivos parroquiales aparece una tía materna de doña Blanca, llamada Clara Ortiz Carmona, que falleció el 16 de diciembre de 1930 en Palma del Río (autorizó el párroco don Juan Navas y Rodríguez Carretero, también presunto mártir), y un tío materno llamado José María Ortiz Carmona, fallecido el 17 de octubre de 1898 (su funeral fue autorizado por el párroco don Fernando Naranjo Luque). Aparecen como bautizadas en los archivos de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Palma del Río tres primas hermanas de doña Blanca: Carolina Elvira María de la O de Lucía y Ortiz, que nació en Palma del Río el 14 de febrero de 1872, bautizada el mismo día de su nacimiento por don Cayetano Salamanca García; Jovita Faviola María del Rosario de Lucía y Ortiz, nacida el 5 de enero de 1873, en Palma del Río, y bautizada al día siguiente por el sacerdote don Francisco Heredia Doblas (los padrinos fueron sus abuelos maternos); y Delfina Obdulia María del Rosario de Lucía y Ortiz, nacida en Palma del Río el 17 de junio de 1874, bautizada el 28 de junio del mismo año por don Ildefonso María Guzmán Campo (padrinos, sus abuelos maternos).

Doña Blanca era hija única. Su padre era agnóstico, tenía fama de reservado y arisco; su madre, en cambio, era una mujer muy piadosa y de carácter abierto. Doña Blanca heredó el encanto de su madre. Era una mujer simpática y honesta que, a pesar de pertenecer a la clase media alta del pueblo, se sentía muy cómoda con la gente sencilla. Toda la familia era católica, con la excepción de su padre, quien, según algunos testimonios, se portó bastante mal con la madre de doña Blanca. Era también una familia era de derechas, como bien aconsejaba a los católicos la jerarquía de la Iglesia de esa época.

Doña Blanca se casó con don José María Adriano Juan Francisco Regis Velasco Álamo, natural de Palma del Río. Había nacido el 24 de mayo de 1870 y fue bautizado el 27 de mayo del mismo año. Los padres de su esposo eran don Eduardo Velasco, farmacéutico, natural de Palma del Río, y doña Ramona Álamo, también de Palma del Río. Sus abuelos paternos eran José Velasco y María Falcón, ambos de Palma del Río, y sus abuelos maternos eran Juan Álamo y María Larios, también naturales de Palma del Río. Los padrinos de su bautismo fueron Fernando Tirado y María Falcón. El sacerdote que lo bautizó se llamaba Cayetano Salamanca García. El esposo de doña Blanca aparece como confirmado en la parroquia de la Asunción, el mismo día y el mismo año que su mujer, es decir, el 12 de marzo de 1878.

No aparece en la parroquia la partida de matrimonio de doña Blanca. Es de suponer, por tanto, que no se casó aquí. Tal vez, en alguna parroquia de Córdoba, ya que allí tenía algunos familiares.

El esposo de doña Blanca falleció el 14 de mayo de 1919 en Palma del Río. Su cadáver fue inhumado el día 15 de mayo en el cementerio de la ciudad don Rafael Luque Conde fue el sacerdote que ofició su funeral. Doña Blanca estaba muy enamorada de su marido. Siempre llevaba un colgante con la imagen de su difunto esposo y, aunque quedó viuda muy joven y no le faltaron los pretendientes, nunca volvió a casarse.

3.2. Una de las primeras mujeres farmacéuticas de España


María Blanca Presentación Fuensanta de Lucía y Ortiz, estudió el Bachillerato en Córdoba, cursos de 1884-85 a 1888-89. Examen de grado, el 25-6-1889. Calificación, aprobado. Título, el 8-9-1889.

Sus estudios universitarios los comenzó en Sevilla, en el curso 1889-90, y los continuó en Madrid, en los cursos 1890-1891 a 1895-96, en la Facultad de Farmacia. El examen de grado fue el 30-6-1896. Obtuvo la calificación de aprobado. Consiguió la licenciatura el 16-9-1905.

Otras mujeres pioneras de la profesión farmacéutica fueron: Eloísa Figueroa Martí, María Dolores Figueroa Martí, María Asunción Menéndez de Luarca, María Dolores Martínez Rodríguez, Gertrudis Martínez Otero, María Felicia Carreño Sardiñas, Manuela Barreiro, Marina Rodríguez Vargas, María Dolores Pujalte Martínez, Juana Clotilde Echeverría Madoz, Luisa Cruces Matesanz, Josefa Bonald Erice, María del Pilar Sama Pérez y Elvira Moragas Cantarero, más conocida como María Sagrario, beatificada por Juan Pablo II.

No fue María Blanca de las más brillantes, no obtuvo calificaciones de sobresaliente, pero fue una de las primeras mujeres farmacéuticas de España con un título oficial. No era usual que las mujeres estudiaran en esta época. Magisterio, farmacia, y enfermería eran de lo poco que la mujer podía estudiar en esos tiempos sin que estuviera demasiado mal vista.

Doña Blanca era independiente, muy moderna para la época, interesada por la ciencia y el conocimiento. Esto demuestra que contaba con una familia que confiaba en ella, pues no todos los padres dejaban que sus hijas salieran de casa para estudiar en otras ciudades (Córdoba, Sevilla, Madrid). Muchos consideraban que no era indispensable la educación de la mujer, cuyas funciones se reducían a las actividades del hogar. Incluso las leyes civiles tardaron en dar a las mujeres la oportunidad de estudiar lo que quisieran.

El pertenecer a una familia pudiente y relativamente liberal, posibilitó el acceso de María Blanca a la cultura.

3.3. Perfil político-religioso de doña Blanca

En el pueblo de Palma del Río no era ningún secreto. Doña Blanca era de derechas y católica convencida. No obstante, según las listas de la época, no estaba afiliada a ningún partido político; quienes la conocieron afirman que nunca en público hablaba de política. No hay constancia de que asistiera o diera mítines. Algunos dicen que doña Blanca permitía que en su casa o farmacia (ambas en el mismo edificio) se reunieran miembros de la falange, ya que este movimiento no tenía sede oficial en el pueblo. En realidad, era el mancebo y practicante que ella tenía en la farmacia quien pertenecía a la Falange y no hay ninguna constancia de que doña Blanca participara en dichas reuniones. Sin embargo, esto no está muy claro, porque otros testimonios dicen que las reuniones eran de Acción Católica; tal vez hubiera un poco de todo, porque las reboticas solían ser puntos de reunión o tertulia amistosa en la época que nos ocupa.

Hay quien afirma que doña Blanca no era de la Falange, sino que se inclinaba más hacia Acción Nacional, agrupación política nacida a los pocos días de ser proclamada la República para proteger los valores tradicionales: familia, patria, orden establecido y libertad. En realidad, no lo sabemos.

Doña Blanca se preocupaba por la formación religiosa de sus empleados; después de recoger la cocina, rezaban todos juntos el rosario y leían un capítulo de la vida de algún santo.

Doña Blanca era de misa diaria. Solía ir al hospital de San Sebastián y a la iglesia de Santa Clara; también, de vez en cuando, a la parroquia. Cuando iba a la parroquia, casi siempre ocupaba el mismo sitio; según recuerdan algunos, se sentaba junto al actual retablo de San José. Como tenía una huerta de naranjos cerca del pago de huertas de Pedro Díaz, en el verano solía ir a misa allí. Le gustaba mucho esa iglesia.
Doña Blanca era la presidenta local de Acción Católica. La Acción Católica, en palabras del Papa Pío XI, era:

“…La participación de los laicos en el apostolado jerárquico para la defensa de los principios religiosos y morales, para el desarrollo de una sana y benéfica acción social bajo la dirección de la jerarquía eclesiástica, por encima de los partidos políticos, en el intento de restaurar la vida católica en las familias y en la sociedad…”

La Acción Católica fue implantándose en todas las parroquias, fomentando la responsabilidad de los laicos en la vida pública. Para los fascistas, no era un movimiento eclesial cómodo, porque los laicos se entrometían en la vida política y social, y aunque Acción Católica no era antifascista, hubo tensiones entre ambos, ya que el fascismo no respetaba la autonomía de Acción Católica y quería monopolizar la docencia. Pío XI que, aunque en algunas cosas comulgaba con el fascismo en otras se enfrentó abiertamente a su credo totalitario, dirá en su Encíclica Non abbiamo bisogno:

“… Que el intento del fascismo de acaparar a la juventud por parte de una doctrina se traduce explícitamente en una verdadera escatología pagana en directo conflicto con los derechos naturales de la familia y con los derechos sobrenaturales de la Iglesia…”

Don Mariano Aguayo, en su libro Furtivos del 36 (una novela con nombres ficticios pero que transmite una historia real), nos habla en el primer capítulo de una tal doña Marta, que en realidad es doña Blanca de Lucía y Ortiz. El autor de la novela conoce a doña Blanca a través de su madre, que era una gran amiga suya, y ha querido abrir su novela precisamente con esta gran mujer. Donde pone doña Marta, léase doña Blanca:

“Villalba del Río (Palma del Río) olía a fango y a aguas podridas. Era un hedor pesado que se aplastaba sobre el pueblo y hacía penoso el respirar. Andresillo el Monjo, tendido boca arriba en la cama con las manos tras la nuca, sentía rodar pequeñas gotas de sudor desde la cara hacia el cuello. A veces se detenían para luego seguir su caída abajo, abajo, hasta el jergón. Andresillo no se podía dormir. Pero no era por lo del pestazo, que a eso estaba ya muy acostumbrado. Era por lo de doña Marta (doña Blanca) La verdad que él nunca habría querido que la mataran, aunque fuera tan facha. Y es que la conocía desde chico, de cuando iba a buscar pastillas y purgantes a la farmacia. Daba con la perra gorda de cobre en el mostrador de mármol y decía: ¡Despachar…! Era lo que se decía siempre cuando se entraba en una tienda y no había nadie para atender. Entonces salía doña Marta (doña Blanca). ¿Qué quiere este pillabichos? Siempre le decía pillabichos sin él saber por qué. Claro que a él no le importaba porque se echaba que doña Marta (doña Blanca) se lo decía con cariño. Como cuando lo veía en la parroquia, en la catequesis, que siempre andaba por allí la boticaria dando vueltas en la sacristía. Y le daba pastillas de goma y de leche de burra. De toda la vida la conocía, claro que sí. Una beata, eso es lo que era, siempre ayudándole al cura en sus enredos y rezando, venga rezar, venga rezar. Doña Marta (doña Blanca) era de esas señoras que siempre huelen a incienso cuando te las cruzas por la calle, que nunca se les va el olor a iglesia. Y saben todas las monsergas esas que cantan en las misas y en las novenas. Corazón Santo, Tú reinarás…

Recordaba todas esas cosas de cuando acudía de chico a la doctrina. Era el único de los amiguetes que iba por allí. Los domingos, antes de misa de doce. Ese día dejaba sus enredos con las costillas y los lazos y lo preparaba su madre para ir a la parroquia, bien lavado y bien peinado, que mismamente parecía que lo había lamido una vaca. Y es que le había dicho que, si iba todos los días, cuando hiciera la primera comunión le daban un saquito de lana de esos que tienen una cremallera por delante. Y él quería aquel saquito como ninguna cosa otra en el mundo. Él sabía que no debe uno creerse nada de lo que le enseñan los curas, que se lo tenían bien advertido su madre y los amigos. Pero él, dale que te pego, todos los domingos a la catequesis …

En la parroquia la que enseñaba el padrenuestro y los mandamientos de la Ley de Dios y esas patrañas del ayuno y de pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios amén era doña Marta (doña Blanca)…

La boticaria también ayudaba comprándole, a la vuelta del campo, los pajaritos que no hubiera podido colocar en las tabernas. Siempre acababa sus recorridos por el pueblo en la botica. Llegaba allí con los restos.

¿Doña Marta (doña Blanca) quiere usted pajarillos? Pero Andresillo, hombre, si yo vivo sola y vienes casi todos los días. Pero le compraba. Y él se enteró de que muchas veces, lo que hacía luego con ellos era regalarlos. A doña Marta (doña Blanca) no la podían ver en el pueblo por beata, que hasta era la presidenta de Acción Católica, o sea, como la jefa de todas las carcas.

Ahora llevaban a doña Marta (doña Blanca) a empellones por el camino de las huertas. La mujer iba en silencio y los milicianos la empujaban de vez en cuando, obligándola a trastabillarse en la oscuridad. Andresillo el Monjo sabía muy bien a lo que iban y sentía como una bola grande en la boca del estómago. Habían matado ya a unos cuantos de los que se escondieron en cuanto se supo de los militares en Marruecos. El primero, un falangista que encontraron en el zaquizamí de su casa y le pegaron cuatro tiros en la plaza del Ayuntamiento. A Andresillo se lo había contado su madre que lo había visto. Luego se cargaron al jefe del Partido Radical, un viejo de más de sesenta años, y a otros dos. Pero lo gordo vino cuando lo del aeroplano, que echó tres bombas y murieron dos mujeres en la cola del pan. Aquello cabreó todavía más a los de la milicia y vino la noche de los muertos.

Tenían presos a algunos guardias civiles y mucha gente de derechas. Los despertaron de madrugada, los subieron en camiones y los fusilaron contra las tapias del cementerio. Ni juicios ni leches. Treinta y tres murieron. Pero para Andresillo aquellos muertos eran muertos muy lejanos. Eran los presos. Un número treinta y tres. Sin embargo, a doña Marta (doña Blanca) la conocía bien. La habrían detenido cuatro días antes y algo habrían hecho ya con ella porque se la veía muy derrotada. Claro que bien podría ser el miedo. Porque desde el 18 de julio la vida de un carca no valía nada.

Seguían avanzando en la oscuridad. El Rioseco mandaba sus vaharadas de podredumbre y Andresillo cada vez se sentía peor. Tenía en las sienes un sudor viscoso y le subían bocanadas de agrio. Ya cerca del río se apartaron del camino. Tropezó doña Marta (doña Blanca) en un almatriche y cayó de boca. Ni entonces se quejó. Y cuando Andresillo el Monjo vio que le arrancaban las ropas se puso a vomitar…”

Carmen Fernández Aguiaco, en su libro titulado Victoria Díez, memoria de una maestra, hace un comentario bastante acertado sobre la realidad política y religiosa de los pueblos del Bajo Guadalquivir. Dice lo siguiente:

“…Pasaron así veintitrés días, hasta el 11 de agosto en que los milicianos fueron a buscar a Victoria con el propósito de tomarle declaración. No buscaron a Agustina Molina, ni a las otras mujeres; sólo a Victoria. En la cercana localidad de Palma del Río una de las primeras mujeres detenidas había sido Blanca de Lucía Ortiz, presidenta de Acción Católica y de la que se sospechaba que tenía en su casa reuniones de Acción Popular. Es posible que su implicación en la Acción Católica fuera también una de las razones del arresto de Victoria, puesto que estaba generalizada la opinión de que los dirigentes de Acción Católica eran afines a Acción Popular. Pero los de Hornachuelos sabían muy bien que Victoria no estaba en política…”

En el diario ABC del miércoles 16 de septiembre de 1936, edición de Andalucía, página 9, se le hace una entrevista a un cajero del Banco Hispano Americano de Palma del Río que vivió el saqueo de los bancos. Don Marcelo Moreno Fernández cuenta en la entrevista cómo mataron en el pueblo a unas sesenta personas aproximadamente, entre ellas al cura párroco, al Jefe de Correos, a una señora farmacéutica y a cuatro médicos. Este cajero dice:

“Al cura párroco, don Juan Navas, gran filántropo de los pobres, por el solo hecho, así se lo notificaron al asesinarlo, de ser cura; al Jefe de Correos, don Hermenegildo Pérez, por el simple motivo de serles antipático; a la farmacéutica doña Blanca de Lucía, casi anciana, después de vejaciones inconfesables; una vez asesinada, desnuda, la arrojaron con una piedra al río…”

También en el ABC, martes, 1 de septiembre de 1936, edición de Andalucía, página 15, se dice:

“Se sabe que la canalla marxista ha asesinado en Palma del Río a más de sesenta personas de orden, y, como refinamiento, a una pobre señora, farmacéutica, por el hecho de que iba a misa. Se le arrojó al río, desnuda, con una piedra atada al cuello, invitando los marxistas al pueblo para que presenciara el espectáculo. Más criminalidad y más refinamiento, no caben…”

3.4. ¿Martirio, asesinato, víctima de la guerra, venganzas personales?

Familiares lejanos de doña Blanca opinan que, aparte de su fe y su ideología tradicional, hubo otras razones para matarla; tal vez, quisieron quitarla de en medio para borrar las deudas de muchos obreros a los que había dado medicamentos fiados. Sin embargo, esto último no explica el ensañamiento con el que la asesinaron; podrían haberla matado de un tiro, sin hacerle sufrir ni humillarla; al menos, eso es lo que hicieron con otros… Parece que algunos odiaban a doña Blanca: ¿por dinero? ¿por envidia? ¿por católica? ¿por ser de derechas? ¿tal vez por alguna disputa con ella en el pasado? ¿sería por la farmacia? ¿por sus tierras? ¿por su familia? ¿tuvo problemas con sus jornaleros…empleados… o con algunos obreros del pueblo? No parece...

Creyentes y clasistas que fueron asesinados en los mismos días por los mismos verdugos no recibieron ese trato vejatorio. Los fusilaron por su credo político-religioso pero no los humillaron como a doña Blanca. Esto hace sospechar que tal vez habría algo más que se nos escapa.

Cuando fue martirizada, se le cayeron dos estampas de su pecho; una de un crucificado, y otra, de la Virgen. Estas estampas fueron recogidas al día siguiente por una familia que las ha conservado en su casa mucho tiempo. Esta familia comprobó que había un gran charco de sangre en el puente; sangre que pertenecía a doña Blanca.

Testimonios directos de lo que ocurrió no hay, pero en el pueblo se comentó que quisieron obligarla a que renunciara a su fe y no lo consiguieron. ¿Cómo lo sabemos? Al parecer, los mismos que la torturaron se vanagloriaban después e iban pregonando por el pueblo lo que habían hecho con ella. Si lo hicieron con la intención de provocar miedo en la población, lo consiguieron, porque la gente quedó aterrada ante el asesinato de una mujer mayor con fama de buena persona. ¿Exageración para provocar pavor?. En este sentido, podemos citar el libro 38 de defunciones de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de Palma del Río, número 19,5 vuelto, que dice literalmente:

“En la ciudad de Palma del Río, diócesis de Córdoba, provincia de Idem, a 20 de agosto de 1936, doña Blanca de Lucía y Ortiz fue sacada de la prisión en la que la detenían por católica los rojos marxistas. Y después de martirizarla con ensañamiento le dieron muerte. Era natural de Córdoba, provincia de ídem y de estado viuda; de edad 62 años y de profesión farmacéutica, que habitaba en la calle de Rafael Calvo, nº 1, hija de don José de Lucía Herrera y doña Rosario Ortiz Carmona”.

Cuando se supo que doña Blanca había sido asesinada, su familia de Córdoba publicó una esquela en el periódico, que pasamos a transcribir:



Rogad a Dios en caridad por el alma de la señora



DOÑA BLANCA DE LUCIA ORTIZ
VIUDA DE VELASCO ALAMO

Que falleció cruel y vilmente asesinada por las hordas marxistas
En Palma del Río, el 20 del pasado mes de Agosto

R.I.P.A.



Las misas que se celebren en la iglesia parroquial de San Nicolás de la Villa, en esta capital, el lunes 21 del corriente, por los señores sacerdotes invitados al efecto, serán aplicadas en sufragio por el eterno descanso de su alma.

Sus afligidos primos don José, doña Clara, don Antonio y doña Fuensanta Ortiz Molina, primos políticos don Luis Junguito Carrión, doña Dolores de León y Primo de Rivera, don Juan Kindelán Aguilera y don Pío Jiménez Benito, sobrinos y demás familia de la finada, ruegan a sus amigos y personas piadosas la tengan muy presente en sus oraciones.

Hay concedidas indulgencias en la forma acostumbrada.


La prensa se hico eco de la ocupación de Palma del Río y cómo los rojos incendiaron las iglesias y casas particulares y asesinaron a más de cincuenta personas.


Entre las personas que murieron a manos de los terroristas rojos, figuraban cuatro médicos, el juez, el párroco, único sacerdote que quedaba en el pueblo, porque los demás, obedeciendo órdenes recibidas de la autoridad eclesiástica, se habían marchado, y la farmacéutica doña Blanca Lucía, que dio pruebas de gran entereza ante los criminales y murió pronunciando el nombre de Cristo.

Fue un médico socialista y masón quien dio indicación para matar a los médicos del pueblo. Omitiremos su nombre, aunque en su día se publicó, por respeto a sus descendientes. Según algunos testimonios, en esos días se cometieron grandes abusos. Existen datos espantosos, como el de don Francisco Muñoz, capataz de la carretera, que herido, pudo refugiarse en su casa y fue sacado de ella en grave estado y fusilado a los quince días; algo parecido le ocurrió a don José Dugo Hens, a quien hirieron en la clavícula y en el pecho, dándole por muerto, y a los quince días fue asesinado en su cama, a cuchilladas, en presencia de su anciana madre. También mataron al médico don José Reyes Hens, hermano político del anterior. Hubo quien murió gritando “¡Viva Cristo Rey!”, como don Antonio López Pérez.

Existe una lista en la que figuran los nombres de los que participaron directa o indirectamente en la muerte de los asesinados en Palma durante el dominio de la extrema izquierda, que no citaremos por respeto a sus descendientes.

Un dato a tener en cuenta, por ser bastante significativo, es que en la partida de defunción de doña Blanca se dice que fue martirizada por católica, dato que se omite en otras partidas de defunción de asesinados en circunstancias parecidas. Dice, además, que fue martirizada con ensañamiento, hecho que tampoco se menciona en las partidas de defunción de los otros asesinados por los radicales de izquierdas.

La partida de defunción, cuando se refiere a doña Blanca, habla de martirio, pero, cuando se refiere a los demás, habla de asesinato. Y, mientras en los demás no se nombra la causa de su muerte, de ella se dice que la martirizaron por católica. Quien lo escribió lo hizo con intención de subrayar que no se conocía otra causa, salvo la fe, por la que pudieran haber arrebatado la vida a doña Blanca.

El cuerpo de doña Blanca no apareció nunca; unos dicen que le ataron una piedra al cuello, otros que, como no pudieron buscar el cuerpo hasta que no entraron en el pueblo las tropas nacionales, se lo comieron los animales; otros, que la enterraron en una fosa común. Lo cierto es que nadie recuerda que apareciera su cadáver. Cuando las tropas nacionales entraron en Palma del Río, se comenzó a buscar con esmero el cuerpo; de hecho, existe una carta del Alcalde de Palma de Río al Alcalde de Lora del Río que dice:

“…Distinguido compañero: El dador de la presente don Enrique Tubío León va a gestionar un asunto relativo a la aparición en esa del cadáver de una señora que según informes recogieron esas Autoridades.

Ruego a V. enérgicamente le facilite los medios oportunos para que pudiera suceder fuera el de Dª Blanca de Lucía (q.p.d.) asesinada por los marxistas y arrojado al Guadalquivir su cadáver por el puente de esta. En estas gestiones tanto este Ayuntamiento como todo el pueblo estamos interesadísimos por ser persona que gozaba de simpatías generales…”


Una de las personas entrevistadas para elaborar esta pequeña reseña histórica sobre doña Blanca dice que, cuando Palma fue “liberada” por los nacionales, comenzó una gran represión contra los de izquierdas.


“Mi padre, dice el entrevistado, recibió un día la visita de una señora, con la intención de que intercediera por la madre de esta mujer, ya que iba a ser llevada a Córdoba, a la cárcel, por pertenecer al bando perdedor y por haber colaborado en el asesinato de doña Blanca. La madre de esta señora no participó directamente, pero fue quien desnudó a doña Blanca. No sabemos para qué la desnudaron, si para humillarla, si para violarla, pero no tiene sentido desnudarla para matarla. Mi padre le dijo a la hija de esta mujer que no podía hacer nada por ella. No sé en qué acabó el asunto, aunque la madre de esta mujer no volvió a Palma. Era costumbre separar en cárcel a los hombres de las mujeres. Como doña Blanca era la única mujer, por eso estuvo aislada, completamente sola ante sus captores. Lo que no se explica es para qué la desnudaron. ¿Tuvieron la delicadeza de cambiarla de ropa para matarla al día siguiente? ¿La desnudaron en la cárcel o fue en el puente? ¿Tuvieron la finura de que fuera una mujer (como parece ser por el testimonio) la que la desnudara en vez de un hombre? ¿La desnudaron para quedarse con su ropa, que era buena?”

La mayoría de la gente coincide en que la causa de la muerte de doña Blanca de Lucía fue por su fe y compromiso con la Iglesia. En el ABC de 1936, martes, uno de septiembre, edición de Andalucía, página 16 se dice:

“Al dar cuenta de los sucesos ocurridos en Palma del Río en nuestra información del domingo, indicábamos que había sido asesinada, arrojándola al río, con una piedra al cuello, una farmacéutica. Esta se llamaba doña Blanca Lucía. Llamó la atención de que los marxistas solamente mataran a esta pobre mujer, viuda, que no figuraba en ninguna clase de política, sino que únicamente se dedicaba al ejercicio de su profesión. Al normalizarse la vida en Palma las autoridades de dicho pueblo, tanto civiles como militares, empezaron a averiguar, para aclarar este extremo, y, en efecto, se pudo comprobar que la muerte de aquella desgraciada señora fue porque un compañero de ella, también farmacéutico en Palma, que tenía resentimientos por rivalidades de la profesión, la denunció como espía o fascista, y entonces los rojos, que no habían pensado en ella, decidieron matarla, en la forma que ya habíamos indicado en nuestra información anterior. Aclarado el asunto convenientemente, el referido farmacéutico, cuyo nombre lamentamos no poder decir, por ignorarlo de momento, fue fusilado ayer en Palma para que sirva de ejemplo a otros individuos miserables que aprovechan estas circunstancias para satisfacer venganzas personales…”

En este fragmento del ABC se ignora que la causa de la muerte de doña Blanca fuese por su condición de católica, aunque en realidad, cuando a una persona en esa época se le llamaba fascista y espía, también se daba por hecho que era católica; iba todo incluido en el mismo lote. Y si se decía que una persona era católica, nadie dudaba de su condición de derechas. Así como, hoy en día, hay gente de derechas no creyente, y gente de izquierdas que afirman ser religiosos, esto era impensable durante la II República y la guerra civil española. Para los marxistas, los católicos eran espías y fascistas.
En otro periódico, llamado ECOS, del 23 de agosto de 1937, se dice:

“Doña Blanca de Lucía y Ortiz, fue detenida y sacada de la prisión haciéndole creer que la llevaban al vecino pueblo de Peñaflor para que se refugiase, y al llegar al puente sobre el Guadalquivir, fue asesinada y su cadáver arrojado al río…”

3.5. Fama de santidad

Se conserva un crucifijo de marfil que doña Blanca tenía en su dormitorio, en la cabecera de la cama. Este crucifijo fue regalo de un obispo de Filipinas que era pariente de su marido. Cuando doña Blanca murió, sus herederos vendieron algunos enseres, entre ellos este crucifijo, que rescató la hija de una prima hermana de doña Blanca mediante el pago de unas 50.000 pesetas de la época. Entre algunas personas del pueblo, se conservan objetos de doña Blanca, tales como libros de farmacia, fotos, estampas… porque tenía fama de santidad. De hecho, todavía hoy, entre la gente mayor, hay personas que le rezan tanto a ella como a don Juan Navas.

3.6. Obras de caridad de doña Blanca

Su principal obra de caridad consistía en fiar los medicamentos; a los pobres de solemnidad, se los regalaba.

Al no tener doña Blanca hijos ni sobrinos carnales, se encariñó con José Almenara Rodríguez (Pepitín), que era ahijado del matrimonio que la cuidaba (Ángeles y Enrique), a quien quiso costearle el Bachillerato pero Pepitín no quería estudiar, tampoco las circunstancias de la época ayudaban demasiado en este sentido. Hubiera sido todo un privilegio, ya que en esa época no estudiaba casi nadie y menos los pobres, que necesitaban trabajar desde edad muy temprana.

Fueron muchas las limosnas que entregaba doña Blanca en la parroquia para el sostenimiento del clero y para cubrir las necesidades litúrgicas.

3.7. Amistades de doña Blanca

Aparte de los pobres, que la adoraban por regalarle los medicamentos en algunos casos y fiárselos en otros, el párroco don Juan Navas la quería mucho. En su farmacia compraba regaliz para los niños a los que enseñaba el catecismo. Don Juan Navas, que había fundado la Acción Católica en Palma del Río, confió a doña Blanca su presidencia. Ella, por su parte, solía dar buenos consejos a don Juan, quien, por su buena presencia, atraía la atención femenina. Don Juan Navas podía adolecer de debilidad en tal sentido, pero dio sobradas muestras de entereza y valentía en la adversidad; cuando llegaron los tiempos difíciles y se lo quisieron llevar a Écija para salvarlo de los radicales de izquierdas, dijo:


"Que sea de mí lo que sea de Palma”


Al ser doña Blanca presidenta de Acción Católica, conocía a toda la gente de iglesia. Tuvo contacto con la Beata Victoria Díez, de Hornachuelos. Esta maestra teresiana fue acusada de enseñar religión a los niños y de tener reuniones políticas, porque los republicanos radicales afirmaban que la Acción Católica, en realidad, era una tapadera para conspirar contra la República. Victoria Díez también era presidenta de Acción Católica en Hornachuelos.

Era amiga íntima de doña Julia, también maestra teresiana como Victoria Díez, que vivó durante algún tiempo en la segunda planta de su casa. Después de un tiempo, doña Julia, compró una casita en la calle Cigüela y se fue a vivir allí con sus padres.

Doña Blanca no quería marcharse a Córdoba, a pesar de que su familia, temiendo por ella, le insistía; no creía correr peligro porque era consciente de no haber hecho daño a nadie. No quiso irse porque se sentía segura. Nada más lejos de la realidad.

Doña Julia habría corrido la misma suerte que doña Blanca, si no se hubiese marchado (según testimonios) a hacer ejercicios espirituales junto a otra teresiana de Peñaflor (Sevilla). Victoria Díez estaba enferma y se quedó en Hornachuelos. Doña Julia era una mujer discreta, que pasaba desapercibida. Vestía de calle y, en esa época, no se sabía bien quiénes eran las teresianas, lo que jugó en su favor.

Doña Julia, consciente de la persecución a la gente de Iglesia, regresó cuando pasó el peligro; años después de la terrible guerra civil, doña Julia, cuando daba clase a sus alumnas en Palma del Río, a menudo les hablaba de doña Blanca. Decía de ella que había sido una mujer muy valiente, que la animaba a ir a misa todos los días, pero que ella tenía miedo de ir tanto a la iglesia porque sabía que todos aquellos que frecuentaban la Casa de Dios corrían peligro. Doña Blanca le insistía en que era precisamente en estos tiempos cuando más necesitaba el mundo de la oración y de la reparación al Corazón de Cristo por tantos agravios a las iglesias, sagrarios y crucifijos…

Según el testimonio de algunas de las alumnas de doña Julia, la maestra estaba arrepentida de no haber sido más valiente, como en su día lo fueron Victoria Díez o la propia doña Blanca. Dicen estas alumnas que ellas intentaban animar a doña Julia, ya que nada ocurre sin que Dios lo permita, y ella, como teresiana y maestra, estaba haciendo mucho bien en el pueblo. Pero ni siquiera esto la consolaba de su malestar por haber dejado la misa en los últimos meses de la II República y por haber huido a Córdoba para salvar la vida, dejando atrás a su mejor amiga.

Doña Julia era muy querida en el pueblo. Murió en Córdoba después de muchos años de acabada la Guerra. Fue a pasar la Noche Buena en Córdoba, con su familia teresiana, y allí murió, en la Plaza de la Concha.

En el pueblo tiene dedicada una calle, al igual que don Juan Navas, y aún es recordada, como una maestra y catequista excelente. Doña Blanca, en cambio, no tiene ninguna calle dedicada, pero durante mucho tiempo, en el puente donde la mataron, hubo una placa que decía:


“Caminante, esta cruz te recuerda el sitio donde fue vilmente asesinada por las hordas marxistas doña Blanca de Lucía y Ortiz. Recuerdo de tus ahijados”


La gente, cuando pasaba por allí, se persignaba y, durante años, sus ahijados le llevaban flores al puente con ocasión de su cumpleaños y del aniversario de su martirio. Esta placa fue destrozada durante la Transición Española junto a otras muchas que estaban dedicadas a los caídos.

Sus grandes amigos fueron, sobre todo, el matrimonio que la cuidaba: Ángeles y Enrique. Ella costeó su boda y los acogió en su casa. No los trataba como a criados, sino como amigos y familia.

Ángeles contaba que doña Blanca, ante la difícil situación que estaba viviendo la Iglesia en España, le dijo:

“Angelita, he ofrecido mi vida por la salvación de la Iglesia en España”

Esto se lo dijo un día que venía de misa del hospital San Sebastián. A los tres o cuatro meses la mataron.

3.8. Carácter y aspecto físico de doña Blanca

Era doña Blanca persona de escasa estatura y fuerte complexión física; blanca de piel, gozaba de buena salud y energía. Un biotipo, por lo demás, bastante común entre las españolas de su tiempo. Poseía un pronto fuerte; simpática, hablaba con todo el mundo; generosa, culta, educada, con una gran elegancia natural, vestía sobriamente pero con mucho esmero; se distinguía, en fin, por su carácter decidido, abierto y alegre.

Este mismo carácter se percibe también en otras cuestiones; doña Blanca no se amilanaba ante circunstancias difíciles; consta en el Archivo Municipal que solicitó licencia de armas. Los tiempos estaban revueltos, ella quedó viuda muy joven y, a no ser que se tratara de un arma de caza, hemos de suponer que se procuraba cierta protección. Según el sello del Ayuntamiento de Palma del Río, se dio registro de entrada, el día 15 de octubre de 1934, con número 1194, a la siguiente petición:

“… El Ilmo. Subsecretario del Ministerio de la Guerra con fecha 4 del actual me dice lo siguiente: Excmo. Señor. Consecuente con instancia que cursa Dª Blanca de Lucía, sobre permiso especial de armas; este Ministerio ha resuelto remitirla a V.E. para que por la misma se reseñen las características del arma que posea. Lo que de orden del Señor Ministro comunico a V.E. para su conocimiento y cumplimiento.
Lo que con remisión de la instancia de referencia traslado a Vd. para su conocimiento y cumplimento…” Firma el Gobernador Civil.

3.9. Propiedades y herencia de doña Blanca

Doña Blanca tenía una buena posición social pero no podemos decir que fuera una terrateniente ni que poseyera grandes propiedades, como era el caso de algunas familias de Palma.

Compró una huerta de naranjos sin saber que dicha huerta incluía el contrato de una familia que había firmado con el anterior dueño un acuerdo de trabajo de cinco años de duración. Quiso, entonces, prescindir de tal compromiso, pero consultó a unos abogados de Córdoba que le advirtieron de la legalidad del contrato, por lo que decidió asumirlo. Tras esto, hizo amistad con dicha familia y, ni por una parte ni por la otra, hubo reproches. También tenía un campo de tierra de labor, que llaman de tierra calma, es decir, sin arbolado; sólo para el cultivo de patatas, trigo, cebada…

En la huerta que compró, hizo una pequeña ermita a la que solía ir con bastante asiduidad, especialmente en los períodos en que permanecía en la finca, invitando tanto al párroco don Juan Navas como a otro sacerdote llamado don Juan Gil.

También tuvo doña Blanca un desacuerdo con el Ayuntamiento, que procedió sin su consentimiento al arreglo de la carretera que pasaba por su huerta, lo que obligaba a cada propietario al pago de una cierta cantidad de dinero, en proporción a la superficie de cada una de las huertas que hubiera a lo largo del camino.

En un primer momento, doña Blanca se negó a pagar la parte que le correspondía, por no haber sido consultada, como era de justicia. Intercedió entonces el párroco, don Juan Navas, quien le pidió que ingresara el dinero, a fin de que los contratistas pudieran pagar a los obreros, ya que algunos de ellos le habían tomado cierta antipatía ante esta situación. Doña Blanca, que se consideraba defraudada por el Ayuntamiento, pero de ninguna manera por los obreros, que carecían de toda responsabilidad, acabó por aceptar y pagó. También este problema quedó resuelto.

Doña Blanca tenía su testamento arreglado, dejando todo su patrimonio en usufructo al matrimonio que la cuidaba; al fallecer este matrimonio, las tierras pasaron a su familia carnal, con la excepción de una pequeña casa en la calle Ponce, que donó en propiedad al niño que ella había criado, es decir, al Pepitín.

Con respecto a la herencia de doña Blanca, hay un documento de la Abogacía del Estado de la Provincia de Córdoba, con registro de entrada nº 1232 y fecha 21 de septiembre de 1937, que dice:

“La junta Técnica del Estado, comisión de Hacienda, dice a esta abogacía lo que sigue:

Vista la instancia que, por conducto de la abogacía del Estado de la provincia, han elevado a esta Comisión don Enrique Tubío León y doña Ángeles Jiménez Morales, domiciliados en Palma del Río, calle de J. A. Primo de Rivera, en solicitud de concesión de la prórroga extraordinaria que autoriza el artículo 111 del vigente reglamento del impuesto de derechos reales, para presentar a la liquidación del mismo los documentos referentes a la herencia de doña Blanca de Lucía y Ortiz, en calidad de supuestos herederos de la misma; fundamento la solicitud en el hecho de carecer de la propia disposición testamentaria, por haber sido destruido por los marxistas el protocolo de la notaría de Palma de Río, donde se custodiaba el documento en cuestión, lo que acreditaba mediante certificado expedido por el Ilustre Colegio Notarial de Sevilla estando en tramitación el oportuno expediente de reconstrucción de testamento.

Teniendo presente el informe emitido por la abogacía del Estado de la Provincia, que manifiesta estar deducida la petición del plazo de la prórroga ordinaria concedida a los interesados; que el fundamento alegado que se cita constituye causa legítima suficiente para evidenciar la imposibilidad de presentar los documentos necesarios para que la liquidación del impuesto pueda tener lugar, constando debidamente justificados en el expediente, en virtud de los oportunos documentos públicos, los hechos en los que, quienes lo solicitan, se basan su instancia.

Esta comisión de hacienda, actuando con las atribuciones de la Dirección General de lo Contencioso del Estado, acuerda conceder a don Enrique Tubío León la prórroga extraordinaria solicitada, en los términos y condiciones establecidos por el invocado artículo 111 del reglamento del Impuesto, fecha 16 de julio de 1932.

Lo que tengo el honor de trasladar para su notificación al interesado, debiendo remitir a esta abogacía del Estado el justificante de haberse cumplido este servicio. Dios le guarde muchos años. Córdoba, a 23 de septiembre de 1937. II año triunfal."

La herencia de doña Blanca traerá cola, ya que otro documento con registro de entrada 3086, de 7 de diciembre de 1939, dice así:


“SEÑOR ALCALDE PRESIDENTE DEL AYUNTAMIENTO DE ESTA CIUDAD:


ANTONIO MANCEBO FERNANDEZ, mayor de edad, casado, abogado, y de esta vecindad, con cédula personal corriente en nombre y representación de DON ENRIQUE TUBIO LEON y de DOÑA ANGELES GIMENEZ (aquí aparece con G) en virtud de poder bastante que me tienen conferido por escritura de mandato otorgaba en esta ciudad el 22 de mayo de 1927 ante su notario don Eloy Torres Pérez, a S.Sª con el mayor respeto,


EXPONE: Que mediante esa alcaldía han sido mis mandantes recientemente requeridos por el Señor Liquidador del Impuesto de Derechos Reales, para que en brevísimo plazo presenten a liquidación los documentos relativos a la defunción de doña Blanca de Lucía Ortiz (q.e.p.d.), siendo después de esto, inmediato el pago de las cuotas correspondientes.


No se oculta a S.Sª la envergadura de estos pagos por tener que liquidarse esta herencia a 33,60% más los recargos de caudal relicto y retiro obrero. Todos ellos representan, Señor, una enorme suma de dinero a pagar en plazo brevísimo y de una sola vez, bajo pena de que se inicie contra los bienes hereditarios el procedimiento de apremio que, como no se oculta a S.Sª, equivale a la total ruina de mis mandantes.
Por esto, Señor, nos vemos en la necesidad de acudir a S.Sª en la seguridad de que sabrá disculpar la molestia.


Ese Ayuntamiento adeuda a mis mandantes una suma de consideración producto de medicamentos suministrados. Con su abono se ayudaría notablemente a salir de tan difícil paso y denegándolo, aun a reserva de hacerlo más adelante, el perjuicio sería irreparable.


Nos interesa así mismo hacer constar que , no sólo resulta de conciencia dicho pago, sino que, además, la totalidad de su importe se destina a pagar un impuesto, como acreditaremos, y que por tanto, no sería disfrutada tal suma por nadie, sino destinada al acrecentamiento del Erario público.
Por todo ello a S. Sª con el mayor respeto y en la representación que ostento.


SUPLICO, tenga a bien dar las órdenes oportunas para que sea hecho efectivo a mis mandantes el crédito que tienen contra esa Corporación por medicamentos suministrados a Beneficencia.


Es gracia que espera merecer de la reconocida justicia de S.Sª cuya vida guarde Dios muchos años para bien de la Patria. Palma del Río, 7 de diciembre de 1939. Año de la Victoria. SALUDO A FRANCO. ARRIBA ESPAÑA.”


CAPÍTULO IV. Esquema general de una causa de canonización

FASE DIOCESANA:

A. Investigaciones previas a la introducción de la causa:

1. Promotor o actor
2. El Obispo competente
3. El Postulador:
• a. Varios tipos de Postulador: diocesano, romano
• b. Nombramiento
• c. “Suplex libellus”
• d. Biografía
• e. Documentos publicados
• f. Lista de personas para testificar, si la causa es reciente
• g- Fama de santidad o de martirio
4. Vicepostulador
5. Consulta a los Obispos del territorio
6. Introducción o rechazo del “Suplex Libellus”
7. Estudio de los escritos y documentos:
• a. Censores teólogos
• b. Comisión de expertos (Comisión Histórica)
• c. Otros documentos
8. Nombramiento del Promotor de Justicia y preparación de interrogatorios
9. Determinación del “modus procedendi”: “per viam martirii” o “per viam heroicitaris virtutem”
10. Pueden declarar testigos que se perderían
11. Consulta a la Santa Sede

B. Apertura de la causa:

1. Nombramiento del Delegado Episcopal, Notario y Oficiales.
2. Sesión de apertura de la Investigación diocesana, juramento y secreto
3. Examen de los testigos:
• a. Quiénes, calidad y número
• b. Presencia del Promotor de Justicia
• c. Modo de interrogar e interrogatorios
4. Examen de las actas

C. Fase conclusiva:

1. Publicación de las Actas
2. Declaración de no culto
3. Preparación de las Actas o Transunto
4. Sesión de clausura
5. Envío de las Actas a la Congregación

FASE ROMANA:

A. Estudio de la causa:

1. Nombramiento del Postulador romano
2. Apertura de Copia Pública o “Transumptum”
3. Decreto de validez jurídica de la fase diocesana
4. Nombramiento del Relator y de su Colaborador Externo
5. Preparación de la Positio

B. Juicio sobre el valor de la causa:

1. Sesión de los Consultores Historiadores (Causas históricas o recientes que lo requieran)
2. Congreso de los Consultores Teólogos
3. Congregación Ordinaria de los Cardenales y Obispos miembros de la Congregación
4. Santo Padre. Declaración de Martirio o de Virtudes heroicas
5. En caso de Causa “ per viam heroicitatis virtutum”, investigación “Super miraculo”, con:
• a.- Fase diocesana, con Peritos Médicos en caso de curación
• b.- Fase romana:
• + Estudio de la causa
• + Juicio sobre el valor de la Causa:
• Consulta Médica o de los Peritos que conciernan al caso
• Congreso especial de Teólogos
• Congregación de Cardenales y Obispos
6. Santo Padre. Decreto sobre el Milagro

C. Concesión de culto:

1. Santo Padre: Concesión de culto público limitado: Beatificación
2. Tanto en las Causas “per viam heroicitatis virtutum” como en las Causas “per viam martyrii”, Investigación “Super miraculo”, con:
a. Fase diocesana, con Peritos Médicos, en caso de curación
b. Fase romana (como para la beatificación)
3. Santo Padre. Decreto sobre el Milagro
4. Consistorio de Cardenales
5. Concesión de culto público universal: Canonización


V. BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

ARACIL, Antonio, Dolor y triunfo, Tipografía Casals (Barcelona 1944)
COMELLAS, José Luis, Historia de España Contemporánea (Madrid 1999)
CIERVA, Ricardo de la, Historia Ilustrada de la Guerra Civil Española (Barcelona, Danae, 1970, 2 vols.)
CIERVA, Ricardo de la, Historia Total de España (Madrid 1999)
FLECHA, C. Las Primeras Universitarias de España (Madrid 1996)
GÓMEZ, Nieves, Luis Portocarrero VII Señor de Palma del Río (Córdoba 2004)
THOMAS, Hugh, La Guerra Civil Española (Madrid 1980)
JACKSON, Gabriel, La República Española y la Guerra Civil (Barcelona 2005)
LABOA, Juan María, Historia de la Iglesia Católica (Madrid 1999)
LAPIERRE, D. y COLLINS, L., Ou tu porteras mon deuil, (Paris 1967)
LEÓN LILLO, Antonio, Palma del Río (Córdoba 1990)
MORENO, Francisco, La Guerra Civil en Córdoba (Madrid 1986)
NIETO, Manuel, Palma del Río en la Edad Media (Córdoba 2004)
NIETO, Manuel, La persecución religiosa en Córdoba (Córdoba 1998)
NIETO, Manuel, La libertad religiosa en Córdoba (Córdoba 1969)
ORTIZ, J. La masonería en Córdoba (Córdoba 1985)
RODRIGUEZ, J. “Contestación a la circular y cuestionario…”, 1937, manuscrita en ASOC, Caja Palma del Río. Asunción, s/s.
RODRIGUEZ, J. In memoriam (Sevilla 1938)
RODRÍGUEZ, J. Catecismo Palmeño o Recuerdos Pretéritos de la Ciudad de Palma del Río (Sevilla 1955)
VIÑAS, Ricard, La formación de las Juventudes Socialistas Unificadas (1934-1936), Siglo XXI, Madrid, 1978.
ZAMORA CARO, J. A. y DE ALBA CARMONA, J., La Segunda República en Palma del Río, 1931-1936 (Palma del Río, 2008)


VI. FUENTES HEMEROGRÁFICAS

ABC de Madrid, 1936-1939
ABC de Sevilla, 1936-1939
Guía de la Iglesia en España (Madrid 1954)
La Vanguardia, Barcelona, 1936-1939
La Voz de Córdoba, Córdoba, 1936


VII. FUENTES DOCUMENTALES, ARCHIVOS

Archivo Histórico de la Diputación de Córdoba
Archivo Histórico Nacional de Madrid
Documentos originales de la “Causa General”, Cajas 1044-1 y 2, que corresponden a la Provincia de Córdoba
Archivo Municipal de Palma del Río
Archivo de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de Palma del Río


VIII. FUENTES ORALES

Los testimonios se guardan en el archivo de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción


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